Azafata, abogada, y ahora, chacarera: las tres vidas en una de Mirta Massanova

Historias 29 de junio de 2022 Por Guadalupe Faraj - La Nación
A los 57 años, una vez jubilada, Mirta Massanova empezó su vida rural comprando seis vacas con lo que había cobrado en un juicio, como abogada.
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La azafata

Tenía 19 años cuando la compañía aérea sacó un anuncio en el que solicitaba auxiliares de abordo. La idea de ir fue de una amiga, pero a ella le pareció bien terminar el secundario y subirse a un avión. Hacía tiempo que Aerolíneas Argentinas no llamaba a concurso, se presentaron 2000 solicitudes y entraron 33. Los requisitos: 18 años, saber inglés, tener cierta estatura. Mirta pasó la primera entrevista.

Si quería quedarse con el trabajo, debía ofrecer algo distinto para la segunda. Se fue hasta el barrio de Devoto y tomó una única clase de italiano. La profesora le dio nociones básicas de pronunciación y le dijo que comprara un libro para la clase siguiente. Ella compró el libro, pero no fue más. Lo leyó en voz alta, memorizó una lección en la que se describía un aula de escuela: pizarrón, ventanas, pupitres, niños. La segunda entrevista llegó, estaban entre Mirta y otra chica, entonces le preguntaron cómo podía mejorar su puntaje, “Si quieren, les hablo en italiano”, dijo.

Y empezó a recitar de memoria. “Yo creo que se dieron cuenta que decía que a la izquierda estaba la ventana y no había ninguna ventana. Y decía que estaba el pizarrón en el frente y no había ningún pizarrón. Pero habrán visto mi buena predisposición”. Hizo su primer vuelo en el año 69, a San Rafael, Mendoza, en un avión que tenía hélice. Luego, los destinos internacionales. Durante siete ininterrumpidos años viajó a Madrid y a Nueva York, al menos una vez por mes. Por esto, podría verse como una inhóspita casualidad que, en uno de los vuelos a España, haya sido parte de un hecho histórico.

Un vuelo a Londres que en realidad fue a Madrid

Ese día estaba de guardia. La llamaron para viajar a Londres con un grupo de empresarios. En el avión solo iba la tripulación y aquellos hombres que, en realidad, no eran empresarios sino personas que había designado el gobierno para traer los restos de Eva Duarte de Perón. Pero de eso, y de que no viajaban a Londres, se enterarían al pisar al aeropuerto. “Recién cuando llegamos a Madrid, el comandante nos llamó y nos dijo, vinimos a buscar los restos de Eva Perón.

“Ahí nos enteramos”. Durmieron una noche en la ciudad y regresaron al día siguiente, el 17 de noviembre de 1974. “Pusieron el féretro adelante en el avión, habían sacado los asientos y lo acomodaron ahí”. Al mes del operativo, Isabel Perón le regaló una fotografía con dedicatoria, donde en lugar de escribir Mirta puso María, “…mi nombre es Mirta, fue una equivocación. De cualquier manera, azafata Massanova fui la única”.

Una libertad premeditada

Por trabajo o vacaciones, conoció Grecia, Austria, Tahití y la Isla de Pascua, viajó a Yugoslavia cuando existía Yugoslavia, hizo un crucero por Bahamas, llegó hasta el Norte de África, visitó Marruecos, Túnez, Frankfurt. Pero un día se preguntó hasta cuándo. No se imaginaba jubilándose de azafata, y se puso a estudiar derecho. “Era bastante buena como abogada, muy de ir para adelante. Muy luchadora en defensa de mis clientes. La gente eso lo apreciaba”.

Trabajó en su estudio y, además, dio clases de derecho en un secundario de Flores. Iba a Tribunales, preparaba escritos, atendía a la gente, planificaba clases. Era exigente con sus alumnos, o justa más bien, “¿Estudiaste?”, les preguntaba. “No. Bueno, uno. ¿Estudiaste? Sí, bueno hablá. Si tenía que poner diez, no tenía ningún problema”. Tres décadas más tarde sintió el cansancio. Buenos Aires era una ciudad gastada para esta mujer curiosa que había ido de un lado a otro gran parte la vida, había hecho casi todo. No todo.

Llegar al campo

“Me fui de Buenos Aires para poder dormir”. Mirta vivía en Parque Chacabuco, en una casa con ventana a la vereda donde se escuchaba a los vecinos como si estuvieran al lado. Por ahí a alguno se le ocurría arreglar el taxi a la noche, tocar el acordeón, hacer un picadito con la pelota y tac tac, resonaba en sus oídos. Hacía años que su madre, nativa de Alberti, se había mudado a un campo cerca del pueblo.

El encargado de cuidar el lugar renunció y Mirta se vio buscando con urgencia otro casero. “Y a quién le digo, a quién le digo”, y de repente, “¿A quién le digo? ¡Voy yo! Si ya me había jubilado”. Se mudó en 2007 sin saber nada de las tareas rurales. Compró seis vacas con lo que había ganado en un juicio, y a cada una le puso el nombre de las clientes: Antonia, Elisa, Carlota y así. Sus vacas tienen nombre y se alimentan con el principio de pastoreo francés, Voisin, un sistema rotativo que divide la tierra por sectores, optimizando y cuidando recursos naturales y, ofreciéndole al animal, mejor alimento. Una noche un zorro mató 16 gallinas. Cosas como estas pueden pasan en el campo y Mirta lo sabe.

Hay que ocuparse de mucho, por eso ahora tiene dos caseros de modo permanente que viven ahí y que, junto a ella, trabajan la tierra, cuidan las gallinas, ponen los boyeros eléctricos para el pastoreo diario. Y cosas como estas también pasan: el canto de los pájaros, una ventana hacia el invierno glacial, la helada sobre las hojas del jazmín. En cualquier destino hay un viaje nuevo, la vida sigue siendo misterio.

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